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Su lema es: "A las palabras ardientes, los bueyes permanecen sordos". El municipio nunca ha albergado una institución penal ni una fiebre del oro, y sus habitantes han vivido pacíficamente de la agricultura y la pesca durante dos siglos. Sin embargo, hacia 1912, la vida cotidiana de Iracoubo dio un vuelco con la llegada de las industrias de la balata y el palo de rosa. La región quedó bajo el dominio de unos cuantos presidiarios fugados, que sembraron el terror hasta que intervino un pelotón de infantería senegalesa. A partir de los años 30, el pueblo recuperó su ritmo tradicional. Merece la pena visitar la iglesia de Saint-Joseph.
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