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Viejos y nuevos mundos

El año 1499 marcó la llegada de los españoles y la decadencia de los chibchas, que hasta entonces habían poblado la región de Bacatá, actual Bogotá. Sin embargo, un mito sobrevivió y encontró el favor de los conquistadores: El Dorado. Curiosamente, la historia tiene una vuelta de tuerca, ya que Cristóbal Colón (a quien Colombia debe su nombre, como homenaje, aunque no la descubriera), creyendo visitar las Indias, estaba a punto de encontrar las pagodas doradas descritas por Marco Polo (que en realidad se refería a Birmania). Los chibchas -que rendían culto a Bochica- tenían por costumbre celebrar una ceremonia durante la cual su jefe, cubierto de polvo dorado, se sumergía en el lago de Guatavita y recibía como ofrenda los objetos, incluidos los del precioso metal, que le arrojaba su pueblo. La misma veneración por el oro que agitó a los antiguos y nuevos ocupantes del país contribuyó a construir el mito, justificar sangrientas batallas... y una sed insaciable que llevó casi a la locura a Gonzalo Jiménez de Quesada (1509-1579), a quien algunos creen que sirvió de modelo para el Quijote de Cervantes (1605). Como botín, los españoles recibieron también las numerosas lenguas habladas por los nativos, todas ellas emparentadas, pero entre las que se prefirió el muisca como lengua de cristianización. Por desgracia, también en este caso, a pesar de los esfuerzos del dominico fray Bernardo de Lugo por plasmar por escrito este idioma en una obra fechada en 1619, la lengua de los colonos se impuso rápidamente, en detrimento de la cultura original. Paralelamente, otro español, Juan de Castellanos, se dedicó a recoger los usos y costumbres de los pueblos originarios. En 1589, escribió sus Elegías de varones ilustres de Indias, en las que rememoraba los primeros tiempos de la colonización, en particular en Colombia, adonde había llegado en 1544, y elaboraba una descripción precisa de los indios. Este testimonio es precioso, tanto por lo que nos dice como por lo que revela sobre la humanidad de quien lo escribió.

Los cronistas pronto dieron paso a los poetas, pero estos últimos, aunque nacidos en el continente sudamericano, permanecieron bajo la influencia de las corrientes que agitaban la vieja Europa, en particular España, con la que seguían afiliados. Uno de los mejores representantes de este periodo es Hernando Domínguez Camargo, nacido en Bogotá en 1606, aunque su estilo, que se inscribía en el movimiento cultista, pueda parecer ahora muy anticuado. Se inspiró en la obra de Luis de Góngora (1561-1627), adoptando un estilo barroco enrevesado y recargado hasta el exceso en su Poema heroico de san Ignacio de Loyola y su soneto satírico A Guatavita. Por otra parte, Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla (1647-1703), autor de la Rítmica Sacra y de la Moral y Laudatiria, fue un gran admirador de Francisco de Quevedo y Villegas, cuyo enfoque era totalmente opuesto al de Góngora: el "conceptismo", un esteticismo caracterizado por su enfoque directo y sin adornos.

De la religión a la política

Mientras que sus predecesores habían explorado sobre todo temas religiosos, los escritores nacidos en el siglo XVIII se dedicaban más bien a cuestiones políticas. Por lo pronto, Francisco Antonio Zea (1766-1822) ya encarnaba la Ilustración colombiana, luchando por la reforma educativa en un país que gozaba entonces de una gran efervescencia intelectual, gracias sobre todo a la llegada de la imprenta y, al mismo tiempo, de la prensa. Periodistas, viajeros y profesores se reunían en círculos y, como hombre de ciencia, Zea aportó su contribución en botánica, pasión que persiguió junto a su creciente compromiso patriótico. Su perfecto contemporáneo, Camilo Torres Tenorio, nacido también en 1766, también asumió funciones políticas tras perfeccionar su elocuencia como abogado, lo que le valió el sobrenombre de "La Palabra de la Revolución", que puso en práctica en el Memorial de Agravios, en el que criticaba al gobierno español y defendía a las minorías criollas. Aunque este manifiesto no se publicó hasta más tarde, ello no le impidió convertirse en la punta de lanza del federalismo, que se opuso violentamente a la tendencia centralista. Por último está el poeta José Joaquín Ortiz (1814-1892), digno representante de los temas que preocuparon a su época. Con La Banderacolombiana, su obra más famosa, no sólo dio a conocer sus ideas, sino que se convirtió en el eslabón literario entre el neoclasicismo y el romanticismo. En 1871 ayudó a fundar la Academia Colombiana de la Lengua, con sede en Bogotá, y abrió la puerta a una nueva generación de escritores, entre ellos el dramaturgo Julio Ardoleda Pombo (1817-1862), los poetas Gregorio Gutiérrez González (1826-1872) y Julio Flórez (1863-1923), y sobre todo Rafael Núñez (1825-1894). Presidente de la República e iniciador de la Regeneración, este último se convirtió también en poeta. Aunque los versos de su Himno Patriótico fueron adoptados como letra del himno nacional, sólo formaban parte de su obra escrita, que consistía en poemas(Versos en 1885, Poesías en 1889) y ensayos periodísticos y políticos.

Dicho esto, el movimiento romántico también se inventó en el costumbrismo, una especificidad española que se extendió al continente europeo y a Sudamérica, donde adquirió una dimensión nacionalista. Josefa Acevedo de Gómez (1803-1861), una de las primeras mujeres en tomar la pluma, no sin dificultades, estuvo estrechamente vinculada a este arte de describir usos y costumbres, al igual que José Caicedo Rojas (1816-1898) y José María Cordovez Moure (1835-1918), ambos miembros de El Mosaico. Este grupo, fundado en 1858 por Eugenio Díaz Castro (1803-1865) y José María Vergara y Vergara (1831-1872), pretendía construir una literatura nacional basada en el folclore, y sus autores publicaron en una revista homónima que funcionó hasta 1872. Jorge Isaacs (1837-1895) también fue uno de ellos, presentando sus primeros poemas a sus coetáneos, pero fue con su novela María con la que alcanzó la fama. Publicada en Colombia en 1867, narra las difíciles, incluso imposibles, historias de amor entre protagonistas que no pertenecen a las mismas clases sociales ni etnias. Considerada una obra maestra, la novela fue traducida varias veces al francés y al inglés. Por último, la vida y la obra literaria de Tomás Carrasquilla (1858-1940) se encuentran en una encrucijada: testigo de los cambios que sacuden el panorama político de su país, también se ve influido por el costumbrismo y luego por el modernismo, que ya se perfila en la obra de José Asunción Silva, autor de Nocturno que se suicidó a los 31 años en 1896, y en la de Guillermo Valencia Castillo (1873-1943), apodado "El Maestro".

Antes de pasar al modernismo, que sería abrazado por varias generaciones de escritores, hay que mencionar a dos autores que demuestran una vez más que el mundo estaba cambiando: Soledad Acosta de Samper (1833-1913), que se implicó en la causa feminista, y Candelario Obseo (1849-1884), precursor de la Poesía Negra y oscura. Utilizó el lenguaje de la comunidad afrocolombiana en La familia Pigmalión, Lectura para ti y Cantos populares de mi Tierra, publicados póstumamente en 1887. Su corta vida acabó en suicidio a los 35 años, tras un desengaño amoroso que fue la prueba definitiva de la discriminación que había sufrido por el color de su piel..

Del modernismo a la era moderna

La primera generación que se afirmó realmente en el modernismo fue la llamada "Generación del Centenario", que apareció en 1910, año en que se conmemoró la independencia. Entre ellos figuran Porfirio Barba-Jacob(Canción de la vida profunda), Eduardo Castillo(El árbol que canta), Aurelio Martínez Mutis(La Epopeya del cóndor, La Esefera conquistada), y sobre todo José Eustasio Rivera (1888-1928), que obtuvo el segundo puesto en los Juegos Florales de Tunja. Poeta prolífico, su obra más famosa es una novela, La Vorágine (1924), basada en hechos reales y que describe la explotación de los habitantes de la región del Putumayo. Pero el posmodernismo ya estaba haciendo sus pinitos, liderado en particular por el emblemático León de Greiff (1895-1976), discípulo de los simbolistas y cabeza visible del grupo Los Nuevos, fundado en 1925, en particular con Rafael Maya (1897-1980). Unos quince años más tarde, se formó un nuevo grupo con el nombre de Piedra y cielo, en homenaje a un título del futuro Premio Nobel de Literatura de 1956, el español Juan Ramón Jiménez. Sus miembros más destacados fueron Arturo Camacho Ramírez, Jorge Rojas y Eduardo Carranza. El rechazo a las convenciones y tradiciones, que sirvió de hilo conductor a estos distintos periodos y revolucionó la poesía en profundidad, desembocó en el "Nadaísmo", cercano al nihilismo y al existencialismo, vinculado a la Generación Beat, con la que se establecieron lazos. Movimiento vanguardista y contracultural, deliberadamente subversivo e incluso muy irónico, el Nadaísmo fue iniciado por Gonzalo Arango Arias (1931-1976), que publicó su Primer Manifiesto en 1958. Arango Arias fue una figura particularmente unificadora, que reunió a escritores tan diversos como Fernando González Ochoa (1895-1964), cuyo prefacio Viaje a pie escribió en 1967, y Amílcar Osorio y Jotamario Arbeláez, dos jóvenes escritores nacidos en 1940.

Con este nuevo enfoque, más crítico, la literatura se nutriría en adelante de la realidad y el escritor asumiría el papel de testigo, lo que, a la vista de la agitación y la violencia que marcaron el siglo XX, se convirtió en una necesidad. En cualquier caso, las lenguas se sueltan y la metáfora sigue siendo débil ante la efervescencia editorial, con autores que se cuentan ya por decenas, algunos rompiendo la barrera de la traducción. El más ilustre es Gabriel García Márquez, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1982. Nacido en 1927 en Aracataca, murió en Ciudad de México en 2014, dejando una prolífica obra, a menudo asociada al Realismo Mágico, cuya obra maestra es sin duda Cien años de soledad. Pero no hay que olvidar a su amigo Álvaro Mutis, cuyas novelas y cuentos han sido publicados en francés por Grasset(Le Dernier visage, Un Bel morir, Les Carnets du palais noir) y sus numerosos sucesores. Sin ánimo de ser exhaustivos, podríamos citar a Laura Restrepo(Délire, Calmann-Lévy), Andrés Caicedo(Traversé par la rage, Belfond), Mario Mendoza Zambrano(Satanas, Asphalte), Héctor Abad Faciolince(L'oubli que nous serons, Folio) o Juan Gabriel Vasquez(Chansons pour l'incendie, Seuil).