De la tradición oral..

Hay que imaginar un país de montañas, donde los raros pasos permiten llegar al noreste y al suroeste, bordeado por un mar interior, el lago Yssik Kul, y por la cordillera de Tian Shan que lo separa de la inmensa China, una capital, Bishkek, que culmina a 800 m de altitud, para comprender cómo la topografía impone un modo de vida y dibuja, por rebote, la relación de un pueblo con su literatura. Hasta principios del siglo XX, la literatura kirguisa era principalmente oral. Las reuniones de los diferentes clanes nómadas se prestan a las fiestas y éstas nunca tienen lugar sin música y justas verbales, el aïtysh, durante el cual los akyns (narradores de historias) se enfrentan entre sí improvisando diálogos cantados. Más allá de estas competiciones poéticas, los cantos, acompañados por el komuz, un instrumento tradicional de tres cuerdas, tienen la virtud de transmitir conocimientos y noticias de manera periodística, y a veces adquieren la escala de una epopeya cuando esbozan la historia de toda la comunidad. El repertorio popular es amplio e incluye muchas referencias, como Kokojach y Kurmambek, pero ninguna de ellas puede rivalizar con las inevitables Manas, Semetey y Seitek, que están incluidas en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO

La trilogía impresiona en primer lugar por su importancia; se dice que comprende más de medio millón de versos, 20 veces más que La Ilíada y La Odisea juntas, y aunque los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la fecha de su aparición, el país no obstante celebró su 1000 aniversario en 1995. El explorador y etnógrafo kazajo Chokan Valikhanov (1835-1865) fue el primero en transcribir parte de esta epopeya, una verdadera "enciclopedia" como él la llamó. Hay varias docenas de versiones, las más conocidas son las de Jusup Mamay y Sayakbay Karalaev. Traducido a varios idiomas, entre ellos el ruso y el inglés, el Manas lamentablemente no está disponible en francés. Dada su duración, su recitación lleva horas, y sólo los iniciados, los manaschys, designados por un sueño profético, están al final de su largo aprendizaje capaces de entrar en el trance necesario para recrear esta atmósfera única, mezclando la musicalidad de las rimas con su propio estilo poético. Algunos de ellos han adquirido verdadera fama, como Kaba Atabekov, que murió en 2008, pero cuya voz sigue resonando en Internet.

Hijo único de Jaqyp y Chyyyrdy, los sabios predijeron desde su nacimiento que Manas tendría un destino extraordinario, y fue él quien logró unir a las cuarenta tribus kirguisas contra el enemigo chino. Aunque fue dado por muerto por su enemigo de toda la vida, dio a luz al valiente Semetey, y así la leyenda pudo seguir escribiéndose, y sigue escribiéndose hoy en día, por qué no hasta la octava generación. Pero Manas es mucho más que una canción lírica, es también un testimonio de la vida y la moral del pueblo kirguís, un emblema que en su momento fue un tesoro nacional, tanto que los niños aprendieron en la escuela los valores que conlleva, desde el patriotismo hasta el amor a la naturaleza. Ya sea en forma de historietas, adaptaciones cinematográficas o historias, sigue impregnando los corazones de las nuevas generaciones.

... a principios del siglo XX

En el año 1915 nació un hombre importante, Alikul Osmonov, cuya corta vida estuvo marcada por su juventud huérfana y por problemas de salud que se lo llevaron a la edad de 35 años. Es en sus amores, a veces radiantes, a menudo infelices, donde encontró la inspiración que le hizo ser uno de los primeros en modernizar la poesía kirguisa, prefiriendo la palabra escrita a la tradición oral. Traductor, supo transmitir ciertos clásicos a su pueblo; muy apreciado, está representado por una estatua que se descubre en la Biblioteca Nacional de Bichkek. Pero quien realmente marcó el siglo XX es sin duda Tchinguiz Aïtmatov (1928-2008). Nacido en Sheker, provincia de Talas, en Kirguistán, entonces una república autónoma de la Unión Soviética, su padre, un funcionario de alto rango, desapareció en las grandes purgas de 1938. Cuando no tenía 10 años, Tchinguiz fue confiado al cuidado de su abuela, nieto de un pastor nómada, y regresó a sus montañas natales, descubriendo la vida en los campos. En 1943, nombrado ayudante del secretario del soviet local, se le dio la gran responsabilidad de llevar a sus conciudadanos las cartas que anunciaban la muerte de sus seres queridos en combate. De todas estas experiencias, de todos los trabajos ocasionales que había realizado, de la vida sencilla y difícil de su pueblo, el escritor en ciernes supo ser el mensajero cuando, en 1952, después de estudiar en el Instituto Agrícola de Bishkek, decidió tomar la pluma, mientras trabajaba como agrónomo y periodista. Sus primeras obras literarias son traducciones, porque maneja tanto el ruso como su lengua materna, el kirguís, y es en ésta en la que escribe Djamilia que, desde 1958, la da a conocer al gran público, y esto hasta Francia, gracias a la intervención de Aragón que no duda en celebrar este texto como "la más bella historia de amor del mundo" en un prefacio memorable. Todavía hoy podemos estar apegados, en nuestra lengua, a las tímidas emociones que agitan al joven Seït cuando admira y dibuja a la bella Djamilia, también esposa de su hermano ido al frente, gracias a la reedición publicada por Gallimard (colección Folio)

Si nuestro poeta nacional celebra la inocencia de este amor, la historia de este adulterio todavía agita la buena moral en Kirguistán, y sin embargo Tchinguiz Aïtmatov sigue escribiendo. El Primer Maestro, que será descubierto por Le Temps des cerises en una colección de tres cuentos, evoca al obrero Diouïchène enviado a un pueblo pobre de Kirguistán para establecer una escuela, y será objeto de una adaptación cinematográfica rusa notada en los años sesenta. A principios de esa misma década, Aïtmatov es coronado por el Premio Lenin de Noticias de las Montañas y las Estepas, opta entonces por su segundo idioma y se pone a escribir Il fut un blanc navire (Era un barco blanco). Sus textos se hicieron más densos, abordó novelas, cada una de las cuales, incluyendo su gran final El leopardo de las nieves publicado el año de su muerte, fue recompensada con una admiración indefectible. Sin dudar en tomar partido contra Stalin, su compromiso político y su enfoque literario cercano al realismo social le valieron el puesto de consejero de Mikhail Gorbachev cuando llegó al poder. La fecha de su entierro, el 14 de junio, fue declarada día de luto nacional, lo que afirma, si es necesario, la importancia que tiene Tchinguiz Aïtmatov para las cartas kirguisas.

Y hoy..

Hay indicios de que Kirguistán no se aparta de sus tradiciones y escritores, como la organización del primer festival internacional de Aitysh en 2008 o el hecho de que en 2012 Bishkek haya sido elegida para acoger el primer festival dedicado a la literatura de Asia central. Además, algunos autores están dejando su impronta en los concursos internacionales y algunos nombres están empezando a resultar familiares, como el de la joven autora Yulia Eff o el de Omor Sultanov, que inició la creación del sitio web literatura.kg. Sin embargo, desde la independencia obtenida en 1991, el país ha tenido que hacer frente a cambios, la diáspora que ha sufrido ha rimado con la salida de algunos de sus intelectuales. Al mismo tiempo, ha sido necesario conciliar el kirguís y el ruso, que compiten por el rango de idioma oficial. Finalmente, el número de editoriales ha caído junto con el número de librerías. Por ejemplo, según un estudio de 2012, había uno por cada 266.000 habitantes, en comparación con uno por cada 33.000 en el cercano Kazajstán. Aunque durante este período los libros sufrieron escasez, ya que los propios libros de texto escolares tuvieron dificultades para llegar a las regiones más remotas, estas dificultades pueden haber dado lugar a una creciente falta de interés por la lectura. Así que la generación más joven prefiere probar suerte en el extranjero, donde cree que será más fácil llegar a un público más amplio, aunque signifique escribir en ruso, o decide recurrir únicamente a los medios digitales. Sin embargo, nada está escrito en piedra, como lo demuestra el estimado éxito del rapero L'Zeep, de Pichpek, un modesto barrio de la capital, que no duda en decir que llegó al rap a través de la poesía. En los años venideros, quién sabe qué forma tomará la literatura kirguisa, una cosa es segura, seguirá existiendo, y la épica seguirá escribiéndose.