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Pobreza y desempleo

Según el Fondo Monetario Internacional, Kosovo es el país más pobre de Europa: en 2021, su producto interior bruto per cápita era inferior a 12.000 dólares, frente a los 52.600 dólares de Francia y la media de 41.000 dólares de la Unión Europea. Todos sus vecinos están también en la parte baja de la tabla, con un PIB per cápita de 15.000 dólares para Albania, 17.700 dólares para Macedonia del Norte, 20.500 dólares para Serbia y 21.300 dólares para Montenegro. La pobreza de Kosovo no es reciente, pues ya era la provincia menos desarrollada de Yugoslavia. Kosovo también tiene la mayor tasa de desempleo de Europa: el 27% de la población activa en 2021. Ciertamente está bajando (50% en 2006, 30% en 2016), pero el salario medio neto está estancado en 460 euros y el 30% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. El país también tiene un gran déficit comercial: 570 millones de euros en exportaciones frente a 3.700 millones de euros en importaciones en 2020. Sin embargo, cuenta con ciertas ventajas: una baja deuda estatal, un buen sistema bancario, una elevada tasa de crecimiento (más del 3% anual) y abundantes recursos mineros. Pero desde su separación de Serbia en 1999, el joven país aún no ha conseguido atraer inversiones extranjeras, desarrollar su industria y comercio, recuperar su nivel de producción minera de antes de la guerra o establecer un sistema fiscal equilibrado. Esta situación de pobreza estructural, agravada por las graves desigualdades existentes en el país, sigue provocando un éxodo de la población y una total dependencia de la ayuda internacional.

Injerencia extranjera

La bandera estadounidense ondea en casi todos los lugares de Kosovo porque fue Estados Unidos quien apoyó por primera vez la creación del país en 1998. La influencia de Washington sobre la mayoría albanesa es, por tanto, inmensa. Es en parte gracias a la presión de Estados Unidos que Kosovo ha sido reconocido por la mayoría de sus aliados en el mundo. El último ejemplo es Israel, en 2020. Pero esta normalización de las relaciones con el Estado hebreo se ha traducido en un chantaje estadounidense: la obligación de que Kosovo abra su embajada no en Tel Aviv (la capital reconocida), sino en Jerusalén. Así, Kosovo es una de las cuatro naciones que tienen su embajada en la Ciudad Santa. Otras injerencias: las de la Unión Europea y la ONU. Aunque no reconocen la independencia de Kosovo, tienen varias agencias sobre el terreno, en particular la misión europea Eulex, encargada de la justicia. La seguridad del país se basa en gran medida en la fuerza militar de la OTAN KFOR. Los dos vecinos, Serbia y Albania, también ejercen su influencia. El primero, que sigue considerando Kosovo como su territorio, apoya activamente a las minorías eslavas, especialmente en los enclaves serbios. Este último, por su parte, aboga por la integración de Kosovo en un Estado albanés más amplio. Varios países musulmanes también han prestado ayuda, por ejemplo, financiando mezquitas, lo que ha fomentado el aumento del fundamentalismo islámico. Bajo la presión de Estados Unidos, las misiones dirigidas por Irán se cerraron todas en 2017. Turquía, por su parte, no sólo apoya a la minoría turca, sino que también tiene importantes conexiones en la clase política kosovar. La extradición ilegal de un centenar de ciudadanos turcos en 2018-2019 a petición de Ankara es una prueba de ello. Como en el resto de los Balcanes, China también está avanzando con sus peones. Como principal socio económico de Kosovo, no reconoce la independencia del país. Sin embargo, consiguió que Pristina se pusiera de su parte al no reconocer a Taiwán, que Pekín reclama. Por último, está la influencia de unas 300 organizaciones benéficas extranjeras en Kosovo. Algunos de ellos, bajo la apariencia de ayuda humanitaria, han animado a toda una parte de la población albanesa a convertirse al catolicismo y al protestantismo.

Corrupción y justicia

En 2020, según el barómetro de la organización Transparencia Internacional, Kosovo ocupó el puesto 104 de 180 países en materia de corrupción. Con una puntuación de 36 sobre 100, se encuentra entre las últimas naciones de Europa, a la par con Albania y poco antes de Bosnia y Herzegovina y Macedonia del Norte. Este resultado no es sorprendente, ya que desde el año 2000 Kosovo está gobernado por la casta de los "comandos", una clase política albanesa surgida de las violentas organizaciones mafiosas que participaron en la guerra de 1998-1999. Esta corrupción generalizada adoptó muchas formas: abuso de poder, contratos públicos amañados, clientelismo, nepotismo, etc. Estas prácticas, conocidas si no toleradas por la opinión pública, parecen ser cuestiones secundarias en la lucha contra la pobreza y el desempleo. Sin embargo, es precisamente la corrupción la que provoca el desvío de gran parte de la ayuda internacional al desarrollo. Sin embargo, lo que sorprende es la impunidad de la que gozan los "comandantes". Mientras la justicia local era impotente, la comunidad internacional hacía la vista gorda. Varios alcaldes, diputados, ministros, primeros ministros y presidentes del país sospechosos de corrupción lo fueron también de delitos cometidos durante la guerra de Kosovo. Pero casi ninguno de ellos fue declarado culpable de corrupción o de crímenes de guerra. Los antiguos jueces señalan a la misión europea Eulex, encargada de supervisar el sistema judicial kosovar. La misión recibió instrucciones de evitar a los líderes del país. A los ojos de la comunidad internacional, era necesario evitar a toda costa el debilitamiento de las autoridades del joven Estado

Desigualdades sociales

Según la ONU, el 1% de la población posee el 22% de la riqueza de Kosovo, mientras que el 30% de los habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza, con menos de 1 euro al día para vivir. Las desigualdades son, en primer lugar, "étnicas", ya que el país está dominado política y económicamente por una élite albanesa, los "comandantes", que dirigieron la guerra en 1998-1999. Por otra parte, las minorías (serbios, turcos...) se ven más afectadas por el desempleo que los albaneses. Las estadísticas nacionales no lo tienen en cuenta. Pero la Unión Europea estima, por ejemplo, que el desempleo afecta al 90% de la población activa entre los gitanos, frente a un 25% entre los albaneses. El desempleo también es mayor entre los menores de 24 años (49%) y casi toda la población discapacitada (unas 250.000 personas) está en paro. La sociedad kosovar también se caracteriza por una organización patriarcal, en la que las mujeres están subordinadas a los hombres. Esto ocurre en todas las comunidades "étnicas" del país. Por ejemplo, sólo el 17% de la propiedad privada es propiedad de mujeres. Y la gran mayoría de las mujeres kosovares no tienen la oportunidad de buscar un empleo, ya que están obligadas a cuidar de sus hijos (apenas hay guarderías públicas). Sin embargo, el 34% de los que pueden trabajar están desempleados. De hecho, menos del 13% de las mujeres tienen un empleo, la mitad de ellas en el sector público. Sin embargo, las actitudes parecen estar cambiando por fin, como demuestra la elección récord de 43 mujeres entre los 120 diputados en las elecciones parlamentarias de 2021, y la elección de una nueva presidenta, Vjosa Osmani.

Relaciones con Serbia

Son el principal problema del país desde 1999. Y por una buena razón, Kosovo sigue siendo una provincia de Serbia según el derecho internacional. Como Serbia se niega a reconocer la independencia de Kosovo (autoproclamada en 2008), esto ha provocado toda una serie de bloqueos para la joven nación. Los aliados tradicionales de Serbia (Rusia, Grecia, etc.), algunos países con intereses territoriales (China, India, España, etc.) y otras naciones que se remiten al derecho internacional (Brasil, Sudáfrica, etc.) tomaron partido por Belgrado. Como resultado, en 2021, sólo 97 de los 193 Estados miembros de la ONU (50,26%) consideraban a Kosovo como un país soberano. Esta cifra podría aumentar en los próximos años. Pero mientras algunas naciones sigan ejerciendo su poder de veto, organizaciones como la ONU y la UE no podrán reconocer la soberanía de Kosovo. Esta vaguedad legal es un obstáculo para la inversión extranjera. También provoca una gran tensión con Serbia, alimentada por las secuelas de la guerra de 1998-1999, el nacionalismo serbio y albanés y las reivindicaciones de las minorías. Sobre todo, las relaciones con Serbia han sido instrumentalizadas en Kosovo por la élite de los "comandantes" albaneses para distraer de los verdaderos problemas del país. Esta política de odio ha provocado graves actos de violencia contra ciertas minorías, especialmente durante los disturbios antiserbios de 2004. Sin embargo, desde 2012 se ha establecido un diálogo entre Serbia y Kosovo en el marco de las negociaciones de adhesión a la UE de ambos países. Pero el verdadero cambio tuvo lugar en febrero-marzo de 2021, cuando la casta de los "comandantes" fue expulsada del poder y sustituida por una nueva generación de dirigentes. Los nuevos dirigentes, apoyados sobre todo por la diáspora albanesa, prometieron abordar prioritariamente la pobreza, el desempleo, la corrupción y la desigualdad, relegando la cuestión serbia a un segundo plano.

Covid-19

La pandemia ha golpeado duramente a los Balcanes y a Kosovo en particular. Entre marzo de 2020 y septiembre de 2021, el país registró 160.000 infecciones y 3.000 muertes. La crisis sanitaria también provocó una desaceleración de la economía, un aumento del desempleo, una crisis política (2020), el debilitamiento de la prensa y la congelación de las reformas llevadas a cabo por la nueva mayoría elegida en febrero de 2021. Además, ha puesto de manifiesto muchas deficiencias. El sistema sanitario se ha visto desbordado: no sólo Kosovo tiene sólo tres camas con respiradores, sino que hay escasez de personal médico debido al éxodo de un gran número de médicos y enfermeras en las últimas décadas. También hay una falta de cooperación entre el Estado y los enclaves serbios. La vacunación de la minoría serbia ha sido asumida por Serbia. Hay que destacar el peso de la injerencia extranjera en este sentido, ya que fueron los miembros italianos de una organización benéfica de Klina los primeros en difundir Covid-19 en Kosovo. El país también se ha mostrado totalmente dependiente de la ayuda internacional para el suministro de vacunas y pruebas.